El sábado pasado, emprendí otro emocionante viaje en bicicleta, esta vez hacia dos pueblos que habían estado en mi mente desde hace tiempo: El Naranjo y Guayacanal, ambos en la provincia de Santiago. En este recorrido, no solo me dediqué a pedalear, sino que aproveché para documentar la belleza de estos lugares a través de fotografías normales y con dron, capturando la esencia de sus paisajes y su gente.
El Naranjo: Tranquilidad y naturaleza pura
Mi primera parada fue El Naranjo, un lugar que me ha fascinado por su tranquilidad y sus impresionantes paisajes. Al llegar, me encontré con una cañada que serpentea por el pueblo, una extensión natural que define la vida en este rincón del país. El Naranjo es un lugar donde las casas son pocas y la paz parece estar en cada rincón. Las construcciones son humildes y no hay el bullicio que caracteriza a otros pueblos cercanos, lo que me hizo sentir como si hubiera entrado en un espacio atemporal.
Lo que más me sorprendió de El Naranjo es que, a pesar de su apariencia tan rural y aislada, los terrenos de la Universidad ISA (Instituto Superior de Agricultura) llegan hasta aquí, lo que conecta este remoto lugar con el mundo académico y científico, un contraste fascinante entre lo urbano y lo rural.
Durante mi visita, volé el dron para capturar el paisaje que rodea al pueblo: las verdes colinas, las fincas dispersas y, sobre todo, la calma que reina en este entorno. Las imágenes desde el aire mostraban un panorama amplio, donde la naturaleza se mantiene intacta y la huella humana aún es mínima.
Guayacanal: Cultivos y la belleza rural en su máximo esplendor
Después de dejar El Naranjo, me dirigí hacia Guayacanal, un pueblo conocido por sus campos cultivables. Al llegar, me encontré con un paisaje distinto, pero igualmente impresionante. Los campos, aún con la zoáridaida que caracteriza a la zona, se extendían hacia el horizonte. La agricultura es la principal fuente de vida aquí, y la tierra parece dar todo lo que tiene para sostener a la comunidad.
Es interesante cómo los campos de Guayacanal se mezclan con la vida cotidiana de las personas. La quietud del lugar es palpable, y aunque la economía local depende en gran medida de la agricultura, aún es posible ver cómo las generaciones van preservando una forma de vida más simple, conectada con la tierra.
El arroyo Dicayagua y la reserva científica
Uno de los puntos más destacados de mi recorrido fue el arroyo Dicayagua, un curso de agua que serpentea por la región. Este arroyo es un pequeño pero significativo afluente que, junto con la reserva científica de Dicayagua, forma parte de un sistema ecológico que se protege y valora por su biodiversidad. Durante mi visita, aproveché para hacer algunas tomas del arroyo y sus alrededores con el dron, logrando capturar la serenidad del agua fluyendo entre la vegetación densa.
El contraste entre los campos cultivados de Guayacanal y las áreas protegidas alrededor del arroyo fue impactante. La reserva científica es un lugar donde la naturaleza se encuentra protegida, y al mismo tiempo, un recordatorio de la importancia de conservar estos espacios verdes.
Un viaje inspirado por el de Jánico
Este recorrido no hubiera sido posible sin la inspiración que me dejó mi viaje anterior a Jánico. Durante ese viaje, pude experimentar la belleza natural de la zona y la tranquilidad de los pueblos en el interior de Santiago. Esa experiencia me motivó a seguir explorando otras localidades cercanas, como El Naranjo y Guayacanal, y documentar lo que me parece más especial de estos lugares: su serenidad, su conexión con la naturaleza, y la forma en que las personas viven en armonía con su entorno.
El ciclo de vida en estos pueblos es mucho más pausado que en las grandes ciudades, y eso me ha dejado con una sensación de asombro y respeto por las comunidades rurales de la región.
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