lunes, 30 de junio de 2025


La contemplación

La sorpresa

Caminata con un maestro de la contemplación

Tenía días sin caminar con un gran amigo, alguien que sabe mucho de la vida, pero no porque la haya leído en libros, sino porque la ha observado con detenimiento. Es un maestro de la contemplación. De esos que saben detenerse y mirar.

Recorrimos un largo trayecto por la ciudad. No fue solo una caminata: fue una forma de ver el mundo otra vez. Atravesamos urbanizaciones divididas por arroyos y barrancas, espacios que para muchos no existen, que son solo "vacíos" entre edificios. Pero para él —y gracias a él, también para mí— eran parte de un macromundo vivo.

Flores y olores

Rumbo a los olores

El verdor nos llama

Hablamos de los olores. Del olor a tierra húmeda que aparece después de la lluvia, del perfume de ciertas flores que uno no ve pero siente al pasar. Hablamos de cómo la mayoría ya no huele. Porque no camina. Porque no presta atención. Porque el mundo se ha vuelto más visual y ruidoso, y ha olvidado sus otras puertas.

Él hablaba del “macromundo”, como una gran inteligencia viva que se expresa en lo pequeño: en la forma en que crece el musgo en un muro, en cómo los árboles buscan la luz, en cómo un pájaro se detiene exactamente en el mismo cable cada mañana.

El sentido del olfato

La búsqueda

Yo lo escuchaba, y en el fondo, sabía que también me estaba escuchando a mí mismo. Ese "yo" más viejo, más silencioso, que existía antes del ruido de las redes. Un yo que todavía puede detenerse y ver.
Descendimos al arroyo

Después de caminar entre urbanizaciones divididas por barrancas, descendimos hacia el arroyo. Lo que arriba era contemplación y conversación pausada, abajo se transformó en otra clase de realidad: la que muchos prefieren no ver.

El arroyo, antes quizás un cauce natural, estaba ahora enfermo. Contaminado por la sobrepoblación que se ha ido amontonando cuesta arriba. A cada paso, el agua arrastraba basura, olor a olvido, a abandono. Sin embargo, la vida seguía latiendo allí abajo, entre casas levantadas sobre palafitos como si fueran embarcaciones ancladas al miedo.

Entrando al sub-mundo

Arroyo sucio

Algunas de esas viviendas colgaban sobre el agua, sostenidas por madera y esperanza. En tiempos de crecida, el arroyo sube muchos metros. Y aun así, la gente permanece. ¿Adónde irían?

Noté que, en años recientes, la población en esa zona ha cambiado. Donde antes había dominicanos, ahora dominan los inmigrantes haitianos, viviendo en condiciones aún más precarias. Se mezclan los acentos, los colores de piel, las luchas. Todos comparten la misma incertidumbre.

Ambiente 1

Ambiente 2

El puente a la otra realidad

El contraste era brutal: la contemplación no se opone a la realidad, sino que la profundiza. Caminar con mi amigo me enseñó que mirar con atención no es solo ver lo bello o lo simétrico, sino también reconocer las heridas del paisaje y de quienes lo habitan.

Y aun allí, en medio de todo, una flor silvestre había brotado junto a un muro, resistiendo. Como si la naturaleza también recordara quiénes fuimos… y quiénes podríamos volver a ser.

Y aun así, entre los escombros, había plantas. Mucha vegetación. Y silencio. Los lugareños salen temprano al centro de la ciudad, y durante el día esa zona queda casi vacía, como si la naturaleza recuperara brevemente su espacio. Una calma inexplicable habitaba ese fondo urbano.

Palafitos

Viviendas desconocidas

El libre perro

Finalmente, cruzamos a la otra urbanización. Llegamos a su casa, donde el mundo parecía volver a su eje. Tomamos café y tostadas. Hablamos poco. Había una satisfacción callada en el rostro de ambos. Como si la caminata no solo nos hubiese mostrado la ciudad, sino también a nosotros mismos.

Barranca a lo lejos

Rumbo a la barranca

Dentro de la barranca

Hablamos entonces de Dante y Virgilio, de sus descensos y ascensos en la Divina Comedia. Y como en ese poema, mi amigo me mostró un nuevo lugar: una gran barranca cubierta de árboles altos, con un viento persistente que acariciaba las ramas como un murmullo antiguo. Aquel sitio invitaba a quedarse toda la tarde, en absoluto silencio. Pero había que seguir.

Ese nuevo rincón de la ciudad —que no conocía— ya lo siento mío. Lo reservo para futuras caminatas, futuras contemplaciones.

Porque este viaje no era para filmar ni documentar en YouTube. Era otra cosa. Era ver. Estar. Estar sin distracción, con la mirada limpia, y la mente disponible para el asombro.

La hoya de la zurza

Detalle natural

Buscando

Tronco gordo

La conexión del tronco

Tomando fotografías

Entonces hicimos otra parada. Estábamos en las barrancas de La Zurza. Caminamos entre plantas y quietud. Los árboles, de troncos gruesos, parecían guardianes. Ya no soplaba el viento: estábamos en una hoya, un cuenco de tierra profunda y callada. Mi amigo me hablaba de Vacá y sus historias míticas, cuando de pronto, un caballo blanco salió de entre unas ruinas. Estaban ocultas entre la maleza, como un anfiteatro perdido, con un aire de ruinas griegas en el corazón de la ciudad.

Palmas de coco gigantes

Ruinas del antiteatro

La sorpresa salía

El y la sorpresa

Fue un momento suspendido. Irreal. Como si hubiéramos cruzado a otra dimensión.

Ascendimos una cuesta empinada que nos llevó, poco a poco, de nuevo al centro urbano. Pero ya nada se sentía igual. La ciudad era la misma, pero nosotros habíamos cambiado. O quizás habíamos recordado algo olvidado.

miércoles, 18 de junio de 2025

El Rincón Villa González

El Rincón

Una mañana fresca y tranquila partí en bicicleta hacia un rincón escondido y poco documentado de Santiago: El Rincón, en el municipio de Villa González. Esta comunidad, a menudo pasada por alto, es una joya rural que guarda una fuerte conexión con la historia agrícola de la región. 

Canal de Riego

Canal

El camino me llevó por Palmar Abajo y Palmar Arriba, dos comunidades donde el tiempo parece detenerse entre plantaciones y caminos de tierra. Las casas, algunas tradicionales, otras más nuevas, reflejan el contraste entre lo que fue y lo que sigue siendo este espacio rural dominicano. 

Villa González

A medida que avanzaba, sentía la presencia constante de un gigante: el Diego de Ocampo. Su silueta se dibuja majestuosa al fondo, marcando la geografía y el alma del lugar. Desde sus faldas, el clima cambia, los vientos soplan distintos, y la vegetación se vuelve más densa. Esa montaña, visible desde muchos puntos del viaje, parecía observarme silenciosamente, recordándome cuán pequeños somos frente a la naturaleza.

Tabaco florecido

Tabaco

Fincas en Palmar Arriba

En las plantaciones de tabaco, el verdor y el orden de los surcos muestran una tradición que no solo resiste el paso del tiempo, sino que también se adapta gracias a la presencia constante del agua. Los agricultores del área conocen estos ritmos subterráneos, y es gracias a ese conocimiento —muchas veces ancestral— que han sabido aprovechar lo que no se ve: el agua que fluye bajo sus pies.

Uno de los elementos que más me impactó fue el sistema de canales de riego, cuidadosamente trazados, que distribuyen el agua con precisión entre los cultivos. Estos canales no solo aprovechan las corrientes superficiales, sino que también se alimentan de una vasta red de aguas subterráneas, que emergen silenciosamente desde los niveles freáticos de la zona. Estas corrientes invisibles son vitales para mantener vivas las plantaciones, especialmente en tiempos de menor lluvia. La tierra en El Rincón parece respirar desde abajo, empujando vida hacia la superficie para nutrir las extensas siembras de tabaco, así como otros cultivos menores que sostienen a la comunidad.

Falda del Diego de Ocampo

Tabaco

Camino en el tabaco

A medida que avanzaba, sentía la presencia constante de un gigante: el Diego de Ocampo. Su silueta se dibuja majestuosa al fondo, marcando la geografía y el alma del lugar. Desde sus faldas, el clima cambia, los vientos soplan distintos, y la vegetación se vuelve más densa. Esa montaña, visible desde muchos puntos del viaje, parecía observarme silenciosamente, recordándome cuán pequeños somos frente a la naturaleza. 

También noté algunas casas abandonadas, atrapadas por el tiempo y el olvido, con muros desgastados y portones entreabiertos. Estas viviendas antiguas parecen guardar secretos de familias que una vez vivieron de la tierra y ahora han migrado a nuevas realidades. Aun así, se resisten a desaparecer, como testigos silenciosos de un pasado agrícola glorioso. 

Durante el recorrido, tomé fotografías, observé las aves, escuché los sonidos del campo y grabé cada rincón con la intención de documentar lo que muchos ya han dejado de mirar. No era solo un paseo; era una manera de devolverle atención y valor a un lugar que forma parte de la identidad de Santiago y del país.

Plantación al final

La Septentrional

Mirando al Diego

El Rincón desde el aire

Durante el recorrido, tomé fotografías, observé las aves, escuché los sonidos del campo y grabé cada rincón con la intención de documentar lo que muchos ya han dejado de mirar. No era solo un paseo; era una manera de devolverle atención y valor a un lugar que forma parte de la identidad de Santiago y del país.

VIDEO DEL VIAJE: ( CLICK AQUI )

Ropa tendida